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(EXORDIO)
Y ahora danos
una muerte honorable,
vieja
madre prostituida,
Musa.
J Á Valente (1971)


lunes, 8 de marzo de 2010

elnúmerotres

EL DESEO SEGÚN DELEUZE – Larrauri, Maite – Ed.Tandem

RESUMEN TEXTUAL

1. Un huracán avanza alegremente

La filosofía no es contemplación, es una creación, de la misma manera que el arte lo es. Lo que el arte crea son nuevas relaciones con el mundo. Los grandes creadores son como buceadores: se meten en la vida, bucean hasta lo más profundo y salen a la superficie con los ojos rojos y casi sin aire en los pulmones. Arriesgan su propia salud en aras de establecer otros vínculos con la realidad. Y así como la pintura crea “perceptos” y la música “afectos”, la filosofía inventa “conceptos”.

Hay que acercarse a la filosofía como nos acercamos al arte. Y la vida se amplía y se hace más hermosa.

Deleuze propone que entremos a la filosofía dispuestos a encontrar lo que convenga a nuestras vidas. La filosofía tiene que ser capaz de contagiar su propio movimiento, hacer que las ideas y las mentes se muevan.

Filosofía vitalista. Así que tomaremos prestada una idea de Nietzsche y definiremos a los vitalistas como aquellos que aman la vida no porque están acostumbrados a vivir, sino porque están acostumbrados a amar. No podemos vivir sin amar, sin desear, sin dejarnos arrastrar por el movimiento mismo de la vida. Amar la vida es aquí amar el cambio, la corriente, el perpetuo movimiento. El vitalista no ha domesticado la vida con sus hábitos, porque sabe que la vida es algo mucho más fuerte que uno mismo.

La vida es aquello en lo que nos encontramos metidos, lo que nos empuja. Es más fuerte que cualquiera, porque nace más acá de nosotros y nos lleva más allá de nosotros. Un flujo, una corriente, un viento. La vida, así vivida, es una vida gozosa, es una vida que se mueve por deseos y por alegría. Una alegría del crecimiento, no edificada sobre el resentimiento, ni sobre el odio, ni sobre las desgracias ajenas; una alegría que no necesita la tristeza de los otros para existir. La imagen de la vida como un viento, como un huracán, sirve para entenderla. Siguiendo esta imagen –nos dice Deleuze- se podría afirmar que “un huracán avanza alegremente”. Su alegría proviene del mismo avance, de su propio movimiento y no de la destrucción de las casas a su paso. El huracán contento de causar muerte y destrucción a su paso es el huracán resentido, el huracán contento de su movimiento es el huracán gozoso.

2. Los hombres son hierba

“Nada fácil percibir las cosas por el medio y no de arriba abajo o al revés, de izquierda a derecha o al

revés: intentadlo y veréis cómo cambia todo. No es fácil ver la hierba en las cosas y las palabras”.

“El silogismo de la hierba”: La hierba es mortal Los hombres son mortales Los hombres son hierba.

La lógica de Bateson no se apoya en los sujetos sino en los predicados. Es una lógica de las

relaciones.

Es de eso de lo que hablamos en el silogismo de la hierba, es la mortalidad la que transita y deja a su paso hombres y hierba.

El arte expresa relaciones y para ello crea lenguaje más allá del ya existente como instrumento de comunicación entre nosotros.

Nos dice Deleuze que lo importante es lo que pasa, lo que atraviesa, lo que cambia. La lógica de la vida no es una lógica del ser sino del devenir. Lo que transita es la vida.

No hay que imitar, sino dejarse contagiar. En el contagio hay fusión y la posibilidad de que surja algo nuevo. Si yo “mujereo”, ese devenir me cambia a mi y cambia a las mujeres.

3. “Adiós, me voy y siempre llevaré en mi corazón…”

El nomadismo como movimiento (incluso en el sitio, moveos, no dejéis de moveros, viaje inmóvil, desubjetivación)”.

También el juicio moral aprisiona la vida. Deleuze repite a menudo una frase de Antonin Artaud: “hay que terminar de una vez por todas con el juicio de Dios”. El juicio de Dios es el juicio trascendente, aquel que en virtud de otra vida más perfecta juzga esta vida nuestra terrenal. La trascendencia consiste en creer en una realidad superior según la cual se puede creer en una realidad superior según la cual se puede establecer lo que está bien y lo que está mal.

Lo que tienen en común todas las trascendencias es la voluntad de juzgar la vida desde el exterior.

Un juicio inmanente de la vida es un juicio realizado desde dentro mismo de la vida, sin tener en cuenta nada más que la propia vida, un juicio terrenal, hecho a base de valores estrictamente terrenales.

“Potencia” significa lo que realmente puede este individuo, y lo que realmente puede es lo que hace. Su

potencia no es lo que podría haber hecho, sino lo que realmente ha hecho.

Deleuze emplea la palabra “territorio” para referirse a la potencia particular de cada individuo: es el espacio que ocupa un cuerpo vivo mediante los afectos de los que es capaz.

Un territorio no se delimita desde fuera, no es una propiedad privada. Cuando no actúa la violencia de los otros, el territorio crece hasta el límite de sus propias fuerzas.

Cada cuerpo busca ampliar su territorio mediante sus devenires, a través de encuentros con aquello que le conviene. El encuentro con una persona, con un libro, con una música que me conviene es un devenir esa persona, ese libro, esa música cuando no los imito, sino que dejo que me invadan y que mi territorio se amplíe.

4. ¿Qué hacía la Pantera Rosa?

Se trata de buscar otros trocitos de tierra favorables, porque los estratos de los que estamos formados no agotan la materia. Ser nómada es emprender movimientos de desterritorialización y reterritorialización, es salir fuera de los estratos de nuestra identidad como personas, fuera de la lógica binaria por la que somos hombre o mujer, niño o adulto, profesor o alumno, humano o animal. Deshacer o borrar estos estratos de contornos fijos no es matarse, sino permitir conexiones, circuitos, tránsitos y devenires. Es combatir el uno de nuestra identidad y hacernos múltiples.

Borrarse –nos dice Deleuze- es hacer como la Pantera Rosa (el dibujo animado de las películas de Blake Edwards). ¿Qué hacía la Pantera Rosa? Pues pintaba la pared que había detrás de ella de color rosa y, de esta manera, pasaba inadvertida. Hacer que el mundo devenga rosa para devenir imperceptible, indiscernible, impersonal, devenir mundo.

No se trata de huir del mundo sino de hacer que el mundo huya.

El resultado, cuando el mundo deviene rosa, cuando hemos devenido mundo, es que ya no tenemos nada que esconder (lo que se esconde es siempre lo mismo, cuestiones de amor y de sexualidad). Y no teniendo ya nada que ocultar, no podemos ser atrapados, el mundo huye, somos imperceptibles (deshacemos la lógica del amor, que es una lógica narcisista, porque habla fundamentalmente del yo, para devenir capaces de amar).

5. Como la orquídea y la avispa

Nuestra única orientación ha de ser una preparación a la experimentación. Y esta preparación consiste en no ser imitativos, en no juzgar, en no interpretar mediante las categorías generales de lo que está bien o mal; esto es, se trata de no reducir la experiencia a lo que se nos da socialmente como ya conocido. Puesto que no sabemos qué puede nuestro cuerpo, de qué afectos es capaz, hasta dónde puede llegar nuestro territorio, hay que probar.

Lo que nos conviene puede ser reconocido por dos características: crecimiento y alegría. Ambas son indisolubles.

En el amor hay composición de un cuerpo con otro, hay devenir. El devenir es un proceso de deseo. En nuestros amores tenemos que ser como la orquídea y la avispa, nos dice Deleuze. La orquídea se ha dejado contagiar por la avispa, adoptando sus colores y sus formas, ha devenido avispa, no porque la orquídea quiera ser como la avispa, sino porque ha incorporado el movimiento de la avispa al suyo propio, de manera que ese devenir constituya el modo de atraer a la avispa, de formar una composición orquídea-avispa. A su vez la avispa se siente capturada por la orquídea, deviene orquídea, no porque la imita, sino porque se deja atrapar en su movimiento.

Devenir comienza cuando rompemos las líneas duras del ser.

6. “Él no planta patatas, él no planta algodón”

Hay plantas que crecen horizontalmente, como la hierba. Se las llama rizomas.

La cultura rizomática multiplica las relaciones colaterales, crece y se amplía hasta donde llega su propia fuerza; su territorio no conoce las vallas porque se delimita por la potencia con la que es capaz en cada momento de ocupar el espacio.

No plantar, o plantar y olvidar, y seguir rodando. Es así como circula la vida, y es así como se mueve el deseo. Siempre mediante empujes exteriores y conexiones productivas. El rizoma es una multiplicidad que cambia a medida que aumentan sus conexiones.

El rizoma no abandona un territorio para ocupar otro, sino que conecta nuevos territorios y los invade con su color, con sus formas, con su perfume, que van cambiando y fusionándose con los colores formas y perfumes de lo invadido.

El rizoma es antigenealógico: enfermamos y morimos de nuestras gripes y de nuestras pasiones rizomáticas.

7. “Dilo o te doy una bofetada”

Fundamentalmente Deleuze rechaza la pretensión del psicoanálisis a ser discurso único. Se puede decir del psicoanálisis lo mismo que Nietzsche afirma de la psicología, a saber, que es un asunto de curas. El discurso implícito del psicoanálisis es “fuera de mí no hay salvación”. Sin duda Deleuze había observado con cuanta facilidad los psicoanalistas y los psicoanalizados reaccionan a la menor duda acerca de los beneficios del psicoanálisis o con cuanta ferocidad defienden la teoría psicoanalítica frente a un escéptico. Es curioso que no se muestren tranquilamente felices y

contentos por las ventajas que dicen obtener. “Ya lo verás, acabarás mal, de hecho ya estás mal y note das ni cuenta y por eso te resistes al psicoanálisis”: es una música triste la de quien espera el

desfallecimiento del otro (que seguramente acaecerá, ya que desfallecimientos siempre los hay, por causa de una mal encuentro o por la enfermedad o por la vejez) para mostrarse finalmente vencedor, dueño de una razón única.

El rizoma es un modelo mucho más gozoso porque no pretende saber lo que uno es de una vez por todas.

Delirar es, en cierto modo, desear.

8. “C’est toujours avec des mondes que l’on fait l’amour”

“El perro flaco corre por la calle, ese perro flaco es la calle”, grita Virginia Woolf.

Hay que sentir así.

9. Y… y… y…

Liberar la vida, hacerla crecer gozosamente significa desorganizar el cuerpo, obtener –según la fórmula de Deleuze- un cuerpo sin órganos.

¿Qué son los aliados? Son sustancias, pero también afectos, pero también movimientos, que en contacto con un cuerpo organizado proceden a romper las líneas duras de la identidad. El alcohol, las sustancias alucinógenas, la música, una pasión, las euforias, las revoluciones, todo aquello que nos puede poner en otra onda, que por algunos momentos nos hace perder la brújula (o perder un tornillo), a condición de que no nos encamine hacia algo que reproduzca una y otra vez planos cerrados de la existencia, en los que la vida en lugar de ser liberada recaiga en otra prisión, Lo ideal, piensa Deleuze, es drogarse con un vaso de agua: que pueda pasar de todo sin que en ello nos dejemos la piel, que se aumenten nuestras posibilidades de acción, de trabajo, de crear mundo, que obtengamos una gran salud en la que sólo hayamos tenido que empeñar algo de nuestra propia salud.

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