Estamos ante una época en la que las cuestiones políticas y sociales deberían formar el contenido principal de las obras artísticas. La política es la responsable de nuestro contexto social, por ello el arte tiene que alejarse de toda autorrepresentación emocional. El arte debería de incitar a la acción.
Pero son muchas las amenazas que incordian al artista que quiere realizar un arte comprometido con su tiempo, ya que, por una parte el arte tiene pocas oportunidades de ganar frente al impacto comunicativo de los medios de comunicación de masas, además de que el mercado devora cualquier propuesta debilitando la voluntad crítica de las obras.
La dignidad del arte se está perdiendo, la moda y la estética son las que crean las normas. El arte es un negocio en el que las obras de arte son los objetos de deseo. El proceso de globalización del consumo del arte ha dado lugar a una cultura estetizada. La producción de arte gira en torno a la producción de exposiciones, así, los museos y galerías se han convertido en destinos turísticos invadidos por sus visitantes como si fuesen de compras.
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